Marta junto a "La Émula", escultura hecha en su honor. |
Entrevista a Marta Sarasola
Bien de tardecita Marta me recibe en las puertas de su hogar
ubicado a pocas cuadras de la Casa de la Trova, y me invita a pasar. Estando en la sala, como toda abuela – orgullosa-me cuenta de sus
nietos, que estaban por ir a visitarla en unas horas.
Lo primero que
cuenta es el viaje que hicieron con el grupo de la Trova a Chascomús el
pasado domingo. “Lindísimo… ¡bailamos al aire libre, viste que tiene otro
sabor!” me contesta, con la sonrisa contagiosa que nunca se le borra del
rostro.
Marta Sarasola tiene 72 años y admite que el baile es lo que
la mantiene vital, activa y felíz. “No
hay secreto, uno tiene también salud pero siempre fui así: lo que me gusta ¡allá voy! Y lo que me gusta lo tengo que
compartir, desparramar”.
Su conexión con el
baile inició desde muy chica y gracias a su padre, un obrero descendiente de
gallegos que tocaba el bandoneón, no profesionalmente sino por puro placer. “De
él aprendí la necesidad de hacer algo que te haga bien, de sentir que la música
penetra.” comenta. Recordando un poco trae imágenes a su memoria de su
infancia en Ensenada, “mi papá llegaba del trabajo, se sentaba en la galería de
la casa de chapa, se ponía a tocar el bandoneón y me decía ¡Dale, vos bailá! Y
yo me empezaba a mover libremente, sin nada pautado de andá para allá, vení
para acá.”
“A mí siempre me gustó el folklore, pero antes de los 60 no
existía una movida folklórica. De chica fui a aprender a bailar a la Asociación
Sarmiento pero nadie sabía en la escuela que yo iba a aprender a bailar
folklore, quería evitar las burlas o los comentarios. En ese tiempo eran muy
elitistas”, es lo que Marta destaca de su paso por la secundaria. También
recuerda la dura mirada que había sobre aquellos que perseguían sus sueños, con
comentarios sarcásticos como “mirá esa, quiere estudiar algo que le guste”.
Enseñar, un profesión que no abandona
Al terminar la secundaria y salir con título de maestra de grado, Marta analizó estudiar una carrera universitaria. Pasaron por su cabeza la psicología y la educación física. Pero finalmente estudió aquello que tanto anhelaba, un profesorado en orientación estética en el viejo Teatro Argentino donde tuvo clases de teatro, danzas, y de pintura con el artista León Ferrari –que considera lo más importante que le sucedió en esos tres años de estudio-.
En lugar de trabajar en una escuela exclusivamente de
estética, prefirió aplicar todo lo aprendido en su trabajo como docente de
grado, reinventando y nutriendo su modo de enseñar, y acercando a sus alumnos
al arte.
Comenzó a trabajar
como docente a los 18 años y admite que es una profesión que ama. Estudió
danzas clásicas y se casó muy joven, “empezé a bailar solo para mí” dice.
A los 22 años tuvo al primero de sus cuatro hijos y en su
trabajo como docente aprovechaba para enseñar lo que podía de baile, con el simple
fin de “mantener el vicio”.
Acostumbró también a colaborar con talleres de baile en la
escuela de sus hijos, y hoy en día lo hace en la de sus nietos. A Marta no le
gusta la idea de realizar muestras o presentaciones y en lugar de eso prefiere convocar
a la gente a participar con ella, “los chicos no reciben nada de un artista que
sólo muestra, por eso me gusta hacer taller y compartir con ellos”.
Da clases de baile en la Casa de la Trova desde hace siete
años los martes y jueves de 19 a 20. Decidió que estas clases fueran gratuitas
desde un principio, con el fin de que todo el que pasara y quisiera formar
parte pudiera hacerlo. “A este taller la mitad
lo armé andando en la calle, invitando gente. Siento que uno se
compromete más cuando no te pagan, de eso estoy segura” confiesa, destacando
que la conexión con la gente es diferente porque no se termina con la clase.
Ellos se siguen viendo y están en contacto, son como una familia.
Los días martes recibe la visita de pacientes especiales del
Hospital Ramos Mejía, como parte de un programa de integración, “así como hay
gente de todas las edades también vienen personas con capacidades diferentes” y
destaca la capacidad de ellos de meterse en el clima que propone.
La idea que hoy se mantiene en la Trova inició en la
Facultad de Agronomía –en la cual estudió y se recibió uno de sus hijos- hace
22 años atrás, cuando en 1991 Marta decidió dejar la docencia para dedicarse
plenamente al baile, iniciando con sus talleres populares aunque admite “nunca
pensé que se iba a producir esta bomba, así, ¡con tanta gente! “. En dicha
facultad comenzó a dictar clases gratuitas de folklore formando parte del
Centro de Estudiantes de “los independientes” abierto a la comunidad, del que
formaba parte su hijo.
Cuando terminó de
dictar sus clases en la casa de altos estudios
a Marta le ofrecieron otro lugar para enseñar de forma gratuita al
público, la Casa Amarilla ubicada en 121 y 38. Varios Años después llegaría a
la “Casa de La Trova”.
El familión de la Casa de La Trova
Marta es acompañada por su madre –una mujer coqueta de 101 años - en cada clase desde hace dos años, cuando vino a vivirse con ella. En la Trova se entretiene observando la clase desde un rincón y charlando con los que toman un descanso entre baile y baile.
Recordando el viaje a Chascomús, cuenta que fueron
acompañados por un grupo de “gente grande”. “Grande... ¡Como si yo tuviera
quince años!” reflexiona y se ríe, continuando con la anécdota del domingo
donde explica su desacuerdo con que separen a las personas por grupos,
estereotipándolas. “Dividían a todos los de la tercera edad por acá y los otros
por allá ¿Y por qué no juntos? Es como que te ponen un sello”.
Ese día bailaron todos, pero
Marta notó lo que sucede la mayoría de las veces, que la gente no logra
sacar afuera lo que va sintiendo, “traen la vergüenza por su cuerpo ¡Que no es
mi caso! El miedo a hacer el ridículo, a lo que van a pensar los demás”.
Lo que ella busca a
través del baile es lograr que las personas se liberen y logren expresar lo que
sienten; que comiencen a comunicarse con otros. De todas formas, durante la
clase, no le gusta que las personas se detengan a charlar o se salgan del clima
que se genera. “Si vos le sacás el clima o te salís de él es como nada, ir al
gimnasio” comenta algo seria.
Si uno la ve bailar se contagia de la vitalidad y energía
que transmite y ni siquiera se imagina que posee dos hernias de disco que la
aquejan en el ciático, generándole fuertes dolores en la pierna. “¡Es imposible
que pare!” dice riendo mientras se
acomoda su larga pollera floreada. Además, asegura que el baile ayuda al
cuerpo.
Ahora que tiene ese problema de salud, reconoce que se
sienta y ve más…”antes no paraba un segundo” expresa. Entonces comenzó a observar más a las
personas y sus cambios. “Hay gente que vino muy estructurada o diciendo ‘vamos
a ver qué es esto´ y ahora están metidos en la salsa esa que armamos. ¡Los
cambios son sustanciales! Y se nota mucho más en la gente grande, en los
adolescentes y en las chicas especiales”. Los jóvenes que empiezan a concurrir
a las clases se encuentran con otra música folklórica, que no es siempre la
misma.
El mayor avance lo notó en las chicas especiales del
Hospital, que han comenzado a comunicarse.
Marta sabe que cada público es atrapado de manera diferente,
con diferentes tipos de música. Es por eso que siempre lleva su bolsa de CD’s a
todas partes, para que nunca le falte nada.
Antes de llegar a la Trova, trabajó en La Casa del
Pueblo, en la Casa Amarilla que según ella “tenía magia”, en el almacén San
José, en el Pasillo de las Artes y en Suteba. “Duraba en esos lugares hasta que
los dueños se daban cuenta de que conmigo no se iban a enriquecer, yo pagaba
los lugares para dar la clase, pero ya no las cobro”.
Además de la Trova también da clases los jueves de 9 a 11 de la mañana en el Teatro Argentino.
Recientemente con su grupo fueron convocados para dar una muestra en la
Biblioteca Braille el miércoles 13 de noviembre. Remarca que “se genera una
necesidad de ir al taller en la gente, ya somos un familión”. Esto permite
entender la razón por la que semanas atrás los que concurren a La Trova
decidieron organizar una peña en su honor.
Inevitablemente Marta
genera admiración en quien la ve. Por eso se entiende al artista que al verla
bailar quedó maravillado con sus movimientos y su forma de compenetrarse con la
música y decidió construir una escultura en honor a ella.
“La Émula” –nombre de la obra de arte- se encuentra en Santiago del Estero y no es
lo único construido por y para ella, sino que también músicos han compuesto
canciones inspirándose en la bailarina y su gran personalidad, que sigue
invitando a todo aquel que quiera unirse a ese lugar místico que alegra martes
y jueves, la Casa de La Trova.
Luna Débora
Luna Débora
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